Querida hija, tú no necesitas ser una “niña buena”

Carta que debes leer…

Querida hija, tú no necesitas ser una niña buena, una niña dócil, obediente y dulce. Sé lo que tú desees, aprende a tener voz, a no callarte, a reírte a carcajadas, a correr, a señalar cada constelación con el dedo y a imaginar que las alcanzas todas… Querida niña, que nadie te diga que te pones fea cuando te enfadas, que nadie ose a colocar alambradas a tus sueños o moldes a tu identidad. Algo que en esencia parece tan lógico y necesario, sigue chirriando en muchos de nuestros contextos, como la bisagra de esa puerta que algunos siguen descuidando, queriendo o sin querer. Basta un sencillo ejemplo acontecido hace solo dos días.

Un cine de Lovaina organizó una sesión de tarde solo para mujeres aprovechando el estreno de “Wonder Woman”. A ella, acudieron infinidad de niñas, llevadas todas ellas por el fenómeno social que este personaje está creando entre las más pequeñas. La cadena de ese cine decidió regalar entonces una bolsa con la inscripción “Cool things inside” . Era un buen reclamo y la sala, como era de esperar, se llenó. Ahora bien, lo que esa misteriosa bolsa de cosas -supuestamente chulas– traía dentro fue algo difícil de olvidar. Cuando las niñas abrieron el paquete se encontraron con estropajos, limpia-cristales, píldoras para adelgazar y un cepillo de limpieza. La noticia, a día de hoy, sigue ocasionando estupefacción así como infinidad de comentarios y sagaces críticas de prácticamente todos los sectores de la población.

Son realidades que todos sabemos identificar. Son resquicios pretéritos, huesos de dinosaurio que afloran de vez en cuando en nuestra sociedad y ante los cuales, la mayoría reaccionamos. Ahora bien, cabe decir que existe otro tipo de realidad soterrada, discreta e inapreciable que no vemos con tanta facilidad porque nutre nuestro lenguaje, porque baila una danza invisible en el modo en que nos dirigimos a las niñas y a los niños, moldeándolos a la fuerza y casi sin darnos cuenta…

La niña buena, la niña silenciosa

La niña buena se queda en una esquina sin moverse, atiende todo lo que la envuelve pero en discreto silencio. Mientras, en su imaginación, la niña dócil escapa a su mundo privado, vasto y salvaje donde vive mil aventuras, a escondidas, con la cerradura del mutismo. Los demás, esos adultos que pasan ante ella alaban su bonito peinado, su vestido y su mirada atenta.“Qué bien se porta”-les dicen a sus padres pero sin dirigirse nunca a la niña, sin preguntarle qué le apasiona, qué odia de su vida, qué lee, qué sueña…No nos damos cuenta, pero casi desde el momento en que llegamos al mundo somos evaluados y etiquetados. Ese universo gratuito de adjetivos, sustantivos de juicios y desatinadas hipérboles se van integrando en nuestro cerebro ya desde los 9 meses de vida. Puede que nos parezca muy temprano, pero según nos explica la “teoría de la mente”, es el momento en que el niño, empieza a integrar las conductas sociales, en que imita y empieza también a interpretar poco a poco, el comportamiento del adulto.

Si ya desde bien temprano reforzamos la pasividad, la obediencia, el silencio y el valor de la apariencia física en la niña, estaremos vetando o “trasformando” a nuestro antojo muchas de capacidades naturales. Así, algo que demandan ya muchos psicólogos, pedagogos y educadores tan polifacéticos como Alfonso Montuori, es que pongamos en práctica un tipo de educación libre de juicios y de etiquetas de género donde potenciar la humanidad y la nobleza innata del niño, así como el valor de la curiosidad por el aprendizaje y el auto-conocimiento.